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Levantarse con el pie izquierdo

lunes, 10 de noviembre de 2008

Hay días y días. Hay días para recordar y hay días que uno enterraría para no tener que recordar jamás. Hay sucesos, pequeños hechos que sse acumulan, y es precisamente ese cúmulo, ese sumatorio el que mide nuestra felicidad. En esos días horribles es cuando la felicidad es más frágil, de cristal. En esas ocasiones es cuando un suceso malo te desmonta completamente, y lo peor es cuando los hechos fatídicos se acumulan.

Esas cosas para no recordar, son por ejemplo, despertarse con cierta ansiedad debido a un sueño plagado de suspense. Y después, levantarse como si apenas hubiese dormido, con algo de malestar general, con la nariz chorreando moco, con pañuelos que van y vienen, estornundando por los descosidos, y aún así pensando que al fin y al cabo puede ser un buen día.

Salir de casa pensando que el autobús debe estar ya en la parada, llegar y descubrir que todavía no está, teniéndolo que esperar a la intemperie y ni siquiera se digna a llegar a la hora.

Después de las clases de la mañana descubrir que aunque estés con gente con la que llevas un par de años compartiendo amistad, todavía uno pueda llegar a sentirse, en ocasiones, un completo extraño.

Llegar al laboratorio, y después de tener que estar por ahí rondando cuatro horas, encima toque neutralizar desecadores (bueno, los ácidos que se forman como consecuencia de), con lo que toca salir 20 minutos más tarde, que nadie te espere y que encima un puto autobús que se supone que pasa cada media hora se te escape delante de tus mismísimas naricas y tengas que esperar para el siguiente media hora entera, con una mochila que pesa un huevo y con gente fumando.

Esto viene a ser un resumen de lo que me ha pasado hoy, y almenos escribiendo todo esto me siento un poco mejor.

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3 quejas:

Kururin dijo...

Vaya pastelada...

yue_sayuri dijo...

La vida es dura... XDD

Anónimo dijo...

Jo, qué día, nen!